La oración de Kepler

  LA ORACIÓN DE KEPLER. El astrónomo Kepler, que desentrañó las leyes de los movimientos de los planetas alrededor del sol, en el momento en que dio el último toque a la obra en la cual expuso magistralmente sus hermosos descubrimientos, escribió la siguiente oración:

«Antes de dejar esta mesa en la cual he hecho todas mis investigaciones, no me falta más que elevar mis ojos y mis manos al cielo y dirigir mi humilde oración al autor de toda luz. Oh Dios, quien, por las luces sublimes que has derramado sobre toda la naturaleza, elevas nuestros deseos hasta la divina luz de tu gracia, a fin de que un día seamos transportados a la luz eterna de tu gloria, a ti te doy gracias, Señor y Creador, por todos los gozos que he sentido en los éxtasis a los que me llevó la contemplación de la obra de tus manos. He terminado este libro que contiene el fruto de mis trabajos, para elaborar los cuales he puesto toda lasuma de inteligencia que me has dado. He proclamado ante los hombres toda la grandeza de tus obras, les he explicado los testimonios de ellas tanto como mi espíritu finito me ha permitido abrazar su extensión infinita. Si me hubiese ocurrido a mí –gusano despreciable, concebido y nutrido en el pecado– decir algo indigno de ti, házmelo saber, para que yo pueda borrarlo. ¿Me he dejado llevar por las seducciones de la presunción ante la admirable hermosura de tus obras? ¿Me he propuesto mi propia fama entre los hombres redactando este libro que debería ser consagrado enteramentea tu gloria? ¡Oh, si fuera así, concédeme esta gracia: que la obra que acabo de terminar sea por siempre impotente para hacer el mal,pero que contribuya a tu gloria y a la salvación de las almas!» (Revista Creced n° 1/1992, p. 21-22)

"Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo : ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?" (Salmo 8: 3-4).

"... la ira Dios se revela desde el cielo contra toda maldad, contra la impiedad y la injusticia de quienes actuando injustamente impiden que la verdad prevalezca. Ellos conocen lo que de Dios es posible conocer, pues él mismo se lo ha manifestado y ha puesto tal conocimiento en sus corazones. Porque lo que no podemos ver de Dios, que son las realidades eternas de su divinidad y poder, él las ha hecho claramente visibles desde el momento mismo en que creó el mundo, y podemos entenderlas al contemplar las cosas que ha creado. Por lo tanto no tienen excusa ni pueden alegar no conocer a Dios, porque sí lo conocen, sólo que se niegan a reconocerlo como Dios y a estarle agradecidos. Además se enredan en inútiles razonamientos que
no traen a su necia mente más que oscuridad y confusión. Se creen muy sabios, y con eso se vuelven más necios todavía. Son gentes que, en vez de adorar al Dios glorioso e incorruptible, rinden culto a imágenes de
seres humanos mortales, y de pájaros, cuadrúpedos y reptiles. Por eso, Dios les ha dejado que se entreguen a toda clase de inmoralidades, y a actuar según los malos deseos que alientan en su corazón, de modo que
hasta deshonran entre sí sus propios cuerpos con actos llenos de vileza y perversidad. No siguen la verdad de Dios, sino que se dan deliberadamente a la mentira, honrando y rindiendo culto a las cosas creadas en vez de honrar y rendir culto al Dios que las ha creado y que es bendito por toda la eternidad. Amén. Ha dejado, pues, Dios, que se entreguen a conductas vergonzosas. Incluso las mujeres cambian sus relaciones naturales con los hombres por las que son contra natura. Y los hombres, en vez de mantener las relaciones naturales con las mujeres, se encienden entre sí en deseos lascivos, cometen actos vergonzosos hombres con hombres y, finalmente, en sus propias vidas reciben el pago que merecen semejantes extravíos. A tal punto llegan, que al dar de lado a Dios y no querer ni siquiera tenerlo en cuenta, él los abandona a todo lo malo que pueden concebir sus mentes corrompidas" (Rm 1:18-28. CST).

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