Guardarse de la vanidad del mundo

 Hazme saber, Jehová, mi fin, y cuánta sea la medida de mis días; Sepa yo cuán frágil soy”
(Salmo 39:4)

¿Qué somos ante Dios? Ni siquiera sabemos lo que nos espera mañana. Somos débiles frente a la muerte que nos espera ineluctablemente, incapaces de detenerla ni un segundo siquiera: “He aquí, diste a mis días término corto... Ciertamente como una sombra es el hombre; Ciertamente en vano se afana; Amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá” (Sal. 39:5-6.)


El mundo está lleno de esta vanidad. No nos dejemos engañar por la belleza falsa de las cosas mundanas. ¡Todo es pasajero! ¿Qué sucede con nuestra vida cristiana? Es bueno hacerse algunas veces esta pregunta: ¿qué he hecho hoy que contará para la eternidad? ¿Qué he edificado hoy, cómo utilizo mi tiempo? Es bueno realizar un examen así, de vez en cuando. Esto nos llevará a orar: “Oh Señor, hoy quiero vivir para Tu designio, deseo redimir el tiempo, para que lo que haga hoy tenga un valor eterno”.

No merece la pena invertir en las cosas del mundo. Entreguémonos más bien a los intereses del Señor: “Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17); “Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (Efe. 5:17.)


El Señor nos debe salvar, e incluso disciplinar a veces, para que no nos perdamos en esa vanidad, para que no desperdiciemos nuestro tiempo. ¡Alabado sea el Señor! ¡Él es fiel! Qué inmensa gracia nos ha concedido Dios, dándonos una posibilidad de vivir una vida que permanecerá para siempre, por la eternidad.

(Éditions 'Le Fleuve de vie', traducido por Miguel Román)


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