Cristianismos sin fundamento

CRISTIANISMOS SIN FUNDAMENTO

Seguidor y discípulo de Jesús es aquel que le cree digno de confianza. En primer lugar, digno de confianza como para recibir (creer) su testimonio acerca de quién es él: el Cristo de Dios, el Hijo del Dios viviente. También digno de confianza como para reconocerlo como Maestro autorizado por Dios para enseñar la verdad, y para compartir y tomar como propia su fe, lo que él mismo creía. No tiene sentido un cristiano, un discípulo de Jesús, que no comparta y haga suya LA FE DE JESÚS ni reciba sus enseñanzas.

Y una de las cosas que Jesús creía y enseñaba era que la Biblia hebrea (nuestro Antiguo Testamento) era la Palabra revelada de Dios por medio de los profetas. Él creía y enseñaba que las Escrituras daban testimonio de sí mismo (Juan 5:39), que Moisés escribió de Él (Juan 5:46), que todo el Antiguo Testamento hablaba de Él (Lucas 24: 25-27), y que todo lo que estaba escrito sobre él, sobre su obra, sobre su Reino, se cumplía (Lucas 22:37).

Jesús afirmó venir del cielo, de Dios, en cuyo seno estaba como su unigénito Hijo, y por tanto ser el único autorizado para revelar cabalmente a su Padre y la verdad del Padre acerca de todas las cosas (Juan 1:18). Jesús mismo afirmó ser La Verdad (Jn 14:6). Él instruyó a sus doce discípulos y apóstoles para transmitir la Verdad de Dios, el Camino de Dios, la Vida de Dios, diciéndoles: “El que os recibe a vosotros a mí me recibe, y el que me recibe a mí recibe al que me envió” (Mt 10:40).

Sus apóstoles y discípulos fueron testigos de su vida, sus enseñanzas, y el cumplimiento de las profecías acerca de Él, especialmente su muerte redentora y su resurrección de entre los muertos. Con su propia vida sellaron ese testimonio: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (y la vida fue manifestada, y hemos visto y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo” (1Jn 1-3).

Este testimonio que ellos dieron de la Persona, la obra y las enseñanzas de Jesús llegó a ponerse por escrito bajo la inspiración del mismo Espíritu de Dios que inspiró a los escritores del Antiguo Testamento, tal como les prometió Jesús (Juan 14:26; 16:13). Es el Nuevo Testamento, cumplimiento y complemento de la autorrevelación y salvación de Dios prometida y figurada tipológicamente en el Antiguo.

La fe cristiana se basa, pues, en el testimonio apostólico, cuyo último fundamento es Jesús mismo. Es el cristianismo bíblico (es muy raro y difícil encontrar hoy ese cristianismo lleno de la vida y el poder divinos).

Un seguidor y discípulo de Jesús, por tanto, reconoce la autoridad divina de la Biblia y se sujeta a ella. No tiene sentido que un verdadero discípulo de Jesús se ponga por encima de la Palabra de Dios juzgándola conforme a sus propios criterios, seleccionando lo que concuerda con sus prejuicios y desechando el resto, o interpretando arbitrariamente según sus intereses sin atender a los criterios de la misma Biblia (como si no hubiera nada objetivo en la interpretación y todo valiera).

Muchos, tratando de justificar su rechazo a la autoridad de la Biblia como Palabra de Dios para despejar el camino a la fabricación de un cristianismo a su propia imagen y medida, o simplemente para desoír su mensaje, objetan -sin prueba ninguna- que el testimonio de que los apóstoles no es fiable, no es digno de fe. Para ello ignoran voluntariamente que desde el punto de vista de la ciencia de la crítica histórica, no hay literatura antigua más fiable. Ignoran voluntariamente la solidez de los argumentos e indicios a favor de su veracidad y la inconsistencia de las objeciones, las credenciales que sustentan la fiabilidad del testimonio bíblico, la confirmación documental y arqueológica, su armonía con los datos históricos y científicos, el cumplimiento patente de las profecías, la solidez del testimonio múltiple... ¡y el testimonio que Dios mismo da a sus conciencias acerca de la verdad de las Escrituras!.

Algunos pretenden que las narraciones evangélicas no son creíbles porque están llenas de cosas asombrosas, milagros y prodigios, eventos extraordinarios... Pero ¿acaso no es razonable pensar que si Dios se hace presente en la Historia eso es normal? Sus objeciones responden sólo a su prejuicio ante lo sobrenatural.

El Camino cristiano está sólidamente anclado en la Historia real de los hombres. Desechando su fundamento histórico, desechando al Cristo vivo que puede salvar y dar vida, muchos se vuelven a los mitos, las fábulas, la especulación, la imaginación... caldo de cultivo propicio para poder 'inventarse' al Jesús que les plazca, al dios que les plazca, a su propia imagen, semejanza e intereses, de modo que su vida desobediente y rebelde sea justificada y legitimada delante de sus propios ojos. “...Me han abandonado a Mí, que soy fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen el agua” (Jr 2:13). Surgen así multitud de 'cristianismos a la carta', cristianismos vaporosos, sin fundamento, sucedáneos, tienen parecido pero no son, usan un lenguaje parecido pero trasmutado su contenido...

Por esta razón “la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que reprimen la verdad con la injusticia” (Romanos 1:18).

¡Cambie su manera de pensar y de vivir aquel que se encuentre en esta senda, y vuélvase al Dios vivo y Soberano de las Sagradas Escrituras y su Cristo, Dador de Vida!!.

P.F. Obed

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